En un libro que recientemente leí, su autor, Sergio Sinay, expone un ejercicio que suele hacer en sus talleres. A las mujeres les pide que respondan la siguiente pregunta: ¿Qué cosas tiene derecho a esperar una mujer de un hombre? La interrogante para ellos es ¿Qué cosas debe proporcionar un hombre a una mujer? El tiempo de respuesta es de 10 minutos, en los cuales se pide contestar con fluidez, sin emitir juicios y con total libertad. Una vez transcurrido este tiempo se leen las anotaciones.

El autor señala que en general, las mujeres expresan sentirse con el derecho a esperar de los hombres: compromiso, compañerismo, fidelidad, ternura, pasión, estabilidad, comprensión, apoyo, comunicación, solidaridad, sensibilidad, manifestación de las emociones, sinceridad, honestidad, entendimiento, diálogo, tolerancia, sentido del humor, creatividad, reciprocidad, generosidad, apertura, libertad, sorpresa, respeto.

Los hombres anotan que se sienten con el deber de proporcionar a las mujeres: seguridad, protección, paciencia, dinero, hijos, amistad, distracción, un hogar, confiabilidad, respeto, compañerismo, apoyo, contención, un futuro, presencia, seducción, estímulos y -una y otra vez- sexo, sexo, sexo.

Después de que las respuestas son leídas y que, por supuesto, parten de dos interrogantes hechas con total alevosía, se pasa a la reflexión. Sinay señala que durante los años que estuvo aplicando este ejercicio, nunca encontró a alguien que cuestionara su propio derecho a pedir, si se trataba de una mujer, o su deber de proveer, si era un hombre. Asimismo, el autor nos invita a comparar las dos listas.

Las expectativas relacionadas con lo afectivo, lo sensible, lo espiritual, lo abstracto aparecen en las respuestas de las mujeres; mientras que los deberes que los hombres se atribuyen pertenecen a lo material, lo corpóreo, lo racional, lo físico. Lo cierto es que ambas listas no son más que una sola, la de nuestras creencias, nuestros prejuicios, la de las exigencias que nos hacemos y las que hacemos al otro.

El ejercicio también sirve para denunciar uno de los mitos que nos inculcan, con los cuales crecemos y transitamos por la vida. Según ese mito, las mujeres reciben y los hombres dan.

En el caso de las mujeres, al crecer con estas ideas que nos inculcan desde niñas, caemos en la trampa de pretender encontrar a los hombres -al hombre- que encarnen las características mencionadas. Si no los encontramos nos sentimos frustradas, deprimidas, molestas: “¿Es que no hay hombres así?” nos preguntamos. “Tengo tan mala suerte con ellos”, “Todos son iguales”.

La realidad es que tanto mujeres como hombres crecemos con determinados modelos de género que es necesario cuestionar para que unas y otros vivamos mejor, tanto en lo individual como en nuestras relaciones.

Son muchas las vías a través de las cuales se refuerza el modelo de “ser mujer”. Periódicos, programas de televisión, encuestas, entre otras, se encargan de recordarnos la interrogante ¿Qué esperan las mujeres de los hombres hoy?

Considero, al igual que Sergio Sinay, lo fundamental de salir de estos esquemas siendo conscientes de que existen y que no los aceptamos. Conocernos, identificar nuestros auténticos deseos y necesidades como seres humanos, únicos e irrepetibles, es la mejor manera para vivir con plenitud.

Conmemoremos este Día Internacional de la Mujer cuestionando creencias que nos abruman, nos deterioran y nos niegan la posibilidad de ser mujeres plenas desde cualquier trinchera que nosotras mismas elijamos. Seamos líderes de nuestras propias vidas.

 

 

 

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