Día a día la publicidad, la televisión y los medios en general envían mensajes en los que la familia está integrada por mamá, papá y más de dos hijos. Como sociedad estamos lejos de considerar como ideal aquella que conformada por dos o tres personas.

Sin embargo, la realidad nos muestra que cada vez hay más parejas que deciden tener un solo hijo por cuestiones de economía, tiempo, espacio y porque es mucho más fácil seguir con los deberes profesionales. Asimismo se  ha incrementado el número de mujeres que deciden tener un hijo sin necesidad de casarse y los avances en la ciencia de la fertilidad han generado que la maternidad sea una opción lejana del matrimonio y la vida en pareja. Es un hecho, la familia está cambiando y la idea de tener un solo hijo es una de tantas opciones.

Mucho se ha hablado sobre lo difícil que es ser hijo único. A estos niños se les ha relacionado con la sobreprotección, la soledad y la mala educación.  Socialmente se cree que los hijos únicos serán personas mandonas, mimadas, berrinchudas y antisociales, pero esto sólo es un mito.

Según la especialista en psicología infantil, Silvia Porraz Castillo, ser hijo único no significa una realidad a futuro determinada de antemano, por lo que no son predecibles las características definitivas del niño. Basada en su experiencia la profesional afirma que no hay una diferencia marcada a nivel cognitivo o emocional entre el hijo único y el que tiene hermanos.

Lo cierto es que muchas veces el hijo único es el que más se estimula debido a la atención que recibe de sus padres, por lo que desarrolla rápidamente la inteligencia, la habilidad de establecer sus propios juegos y el lenguaje. Esto último debido a la interacción con los adultos, que por cierto, se da con mayor facilidad, sintiéndose el niño capaz de expresar sus necesidades y defender sus derechos ante un mayor; contrariamente a lo que se cree, puede llegar a ser muy sociable.

La psicóloga Porraz Castillo menciona: “para mí la educación de un hijo único tiene que ver más con la historia que empiezan a contar los padres y que continúan contando los niños sobre sí mismos”. Es decir, influye mucho el contexto en el que se da la situación de “hijo único”, porque no es lo mismo decidir que sólo se tendrá un hijo a verse forzada a tenerlo por situaciones de abandono o infertilidad. Comentarios como “¡pobrecito estás solo porque no tienes hermanitos!” o “¡qué lástima que no pude darte un hermanito!” son la base de la historia que contamos a los niños y que determinará su comportamiento en el futuro.

Uno de los mitos alrededor del hijo único es el que se refiere a que el niño no  comparte ni siente empatía con los demás; sin embargo, la psicóloga indica que compartir es una cuestión de hábito y que la sensibilización hacia las necesidades de los demás es inculcada por los padres. Es importante que el niño deje de ver a su mamá o su papá como alguien que sacrifica todo por él. Para lograrlo recomienda el diálogo de los padres con su hijo con un lenguaje que éste pueda entender.

La frustración también es un elemento importante que influye en el desarrollo emocional del niño. Estamos acostumbrados a ver la frustración como un sentimiento negativo que lleva a la depresión, pero si los padres enseñan al niño a manejarla, éste aprenderá entre otras cosas que antes de ganar o perder, es más importante el juego.

Se dice también que los hijos únicos carecen del sentido de competencia que se adquiere con los hermanos, pero estudios recientes han demostrado que el hecho de dar al niño su espacio para convivir con otros niños de su edad es suficiente para generar este “instinto de supervivencia”.

Hablando de las familias monoparentales integradas por mamá e hijo (o papá e hijo) sin duda se hace más difícil la crianza, pero no por el hecho de que sea único sino por cuestiones de tiempo y quizá recursos económicos. La psicóloga Porras Castillo considera que actualmente las madres viven bajo mucha presión y la idea de ser “súper mamá” sólo se logra si una está al último grito en estimulación, nutrición y psicología. De hecho hay una tendencia a profesionalizar la maternidad.

Por otra parte, a veces la presión de ser hijo único viene de los mismos padres que depositan en él todas sus expectativas. Esto es frecuente en familias monoparentales que no toman en cuenta la motivación que requiere el niño para salir adelante.

Acerca de si el hijo único será un adulto feliz, la psicóloga entrevistada señala que sería interesante preguntar a los niños cómo se sienten no teniendo hermanos y cuestionar a los padres acerca de su razón para pensar que su hijo no será un hombre o una mujer feliz. Los padres también tendrían que responder por qué dan por hecho que su hijo tiene un motivo para sufrir y si en realidad no hay en el fondo alguna intención para debilitarlo con una suposición así. Contestando con toda honestidad estas preguntas ayuda a evitar la sobreprotección.

En la medida en que dejemos atrás los miedos impuestos por las expectativas sociales y aceptemos que todo depende de la manera como utilizamos los recursos que tenemos para ser felices, podremos educar hijos únicos, sanos y capaces de socializar y amar. Todos somos producto de nuestra historia, ¿cuál le quieres contar a tu hijo?.

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