Hace algunas semanas, un hombre fue detenido por golpear con saña a su esposa. La mujer tuvo que ser trasladada al hospital, pero al salir, aún con heridas visibles, perdonó al cónyuge y pidió a las autoridades que lo liberaran. El hombre había consumido bebidas alcohólicas y la agredió en la cabeza con un tubo.
Historias parecidas ocurren muy a menudo en Yucatán y en diferentes partes del mundo. El personal de los ministerios públicos sabe que esto es común.
A muchas mujeres que luchamos para lograr nuestra independencia económica, así como para tomar nuestras propias decisiones y ser promotoras de la igualdad de género, nos parece lamentable que haya situaciones como la anterior, al mismo tiempo que nos preguntamos cómo alguien que pudo haber sido asesinada por su pareja es capaz de minimizar tal nivel de violencia y decir que no pasó nada. ¿Lo hace por los hijos? ¿Por temor a ser abandonada?
Para responder a tales cuestionamientos y reflexionar en torno a la violencia que una mujer puede vivir es importante abordar el tema del poder. Recuerdo una entrevista que hace algunos años le hice a la psicóloga Rocío Chaveste en la que explicaba que la violencia es el ejercicio del poder por parte de quien asume que puede ejercerlo para dominar al otro. En este sentido, hablar de violencia es hablar de poder y para entender esta relación es necesario considerar que existen personas que pretenden tener dominio sobre las demás porque consideran que es su derecho.
En sociedades patriarcales como la nuestra, donde resulta evidente que el poder está centrado en el hombre y lo masculino, siempre está latente la violencia porque la inequidad y la desigualdad son sus promotoras. Pero, además, la violencia en este contexto no sólo está ligada a las relaciones hombre-mujer, sino se encuentra en las mismas relaciones entre los hombres, pues no hay que olvidar que son educados para la competencia, la demostración de la fuerza y el ejercicio del poder.
Quizá haya quienes piensen que a mayor educación menor violencia, pero nada más falso, pues el círculo de la violencia sobrepasa la instrucción académica, el perfil y el género.
Por otra parte, son varios los ejemplos que tenemos para comprender que nadie puede ejercer violencia si no tiene el poder para hacerlo. El teórico Michel Foucault habla del poder que una autoridad puede asumir y ejercer para reprimir, como la policía, aunque no haya legalidad alguna en ello. También encontramos el poder denominado “subyugado”, que se ejerce por el hecho de considerar una acción como algo que “se debe hacer”. Un ejemplo lo encontramos en la película The reader, a través del personaje de Kate Winslet, cuando declara durante el juicio hecho al grupo de guardias de un campo de concentración nazi al que pertenecía, que no abrió el portón para que la gente saliera cuando empezó a incendiarse, porque eran las órdenes que tenía. Su argumento fue que asumió lo que “debía hacer”.
No cabe duda de que las estructuras sociales determinan la división del trabajo, lo público y lo privado, así como la diferencia entre lo masculino y lo femenino. Al mismo tiempo se desarrollan imaginarios con los que crecemos y nos educamos, lo cual también genera determinados discursos.
Ahora bien, los discursos para relacionarnos son narrativas que, si bien nos ayudan a desenvolvernos, no necesariamente se practican en la cotidianidad. Por ello, para erradicar la violencia no basta el discurso de corte feminista, aunque reconozco su enorme valor; es necesario y urgente cambiar el contexto patriarcal con sus estructuras sociales dominantes.
Muchas mujeres trabajadoras, independientes económicamente y que toman decisiones, continúan expresando que los hombres ya no quieren comprometerse ni proveer. Otras siguen creyendo que un hombre puede hacerlas felices.
De cualquier manera, es indispensable generar espacios y conversaciones que nos permitan construir otro tipo de relaciones y olvidarnos de los secretos que laceran nuestras vidas; espacios que nos sirvan para entablar diálogos abiertos al cambio y donde construyamos nuevos discursos sobre nuestras responsabilidades como mujeres y hombres desde un punto de vista más personal.
Reconozco que no es fácil porque socialmente está muy marcada la diferencia de género con sus desiguales atribuciones, pero bien vale la pena intentarlo.